lunes, 3 de agosto de 2015

Yo, la peor de todas

Esta frase no es un mea culpa, la he tomado de una de las más grandes mujeres de Hispanoamérica, Sor Juana Inés de la Cruz. Acabamos de celebrar el 12 de noviembre su cumpleaños. Al leer la biografía de Sor Juana descubrimos a una mujer apasionante, quien, para tener acceso al conocimiento y legarnos su producción literaria, tuvo que remontar verdaderas murallas que impedían a las mujeres acceder a estas esferas.
Nació en 1651 en la pequeña localidad de San Miguel de Nepantla, en México. Desde niña tenía una natural curiosidad por saber. A los tres años aprendió a leer y escribir tomando lecciones con su hermana mayor, a escondidas de su madre. Luego tuvo acceso a la biblioteca de su abuelo, lo cual fue un verdadero descubrimiento para la niña. Intentó convencer a su madre de que la enviase a la Universidad disfrazada de hombre, “capricho” que no fue satisfecho.
México en ese momento estaba organizado bajo la figura de un virreinato. La corte virreinal era un lugar privilegiado por su nivel de ilustración, pues a sus tertulias acudían filósofos, historiadores, matemáticos, teólogos. Este fue el ambiente en el que Sor Juana procuró rodearse desde que era adolescente, gracias al mecenazgo que obtuvo de la virreina. Luego optó por la vida monástica, porque era el lugar ideal que podría permitirle dedicarse a estudios intelectuales. Ella fue una poetisa con amplios conocimientos en ciencias, arte y filosofía, y poseedora de la biblioteca más importante de su tiempo.
Sor Juana mantuvo una fuerte disputa con el poder patriarcal de la Iglesia católica, representada por los obispos, lo cual provocó una conspiración misógina en su contra, tras la que fue condenada a dejar de escribir y obligada a cumplir lo que las autoridades eclesiásticas consideraban las tareas apropiadas de una monja. En su propia defensa, Sor Juana argumentó la existencia de varias mujeres eruditas, como Hipatia, filósofa neoplatónica asesinada en el año 415, y justificó su vasto conocimiento en lógica, retórica, física e historia como un complemento necesario para entender la Biblia. Explicó su intento fallido y el constante dolor que su pasión al conocimiento le trajo. Su propia penitencia queda expresada en la firma que estampó en el libro del convento: “Yo, la peor de todas”.
Cuántas mujeres como Sor Juana, disfrazadas de hombres o de monjas, ocultadas detrás de seudónimos masculinos, encubiertas bajo sus maridos o hermanos, corrieron el riesgo, y nos abrieron el paso para poder acceder a la palabra y al conocimiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario