domingo, 16 de enero de 2022

El veto de la triple alianza

Todos los días, en este bendito país, siete niñas se convierten en madres; todos estos embarazos son producto de delitos, de violaciones ¿Quiénes las violan? Sus padres, abuelos, tíos, hermanos, primos y demás familiares y allegados. El embarazo ocurre luego de una sistemática y prolongada violencia contra ellas que ni sus propias madres son capaces de reconocer. Los entornos donde esto ocurre son poblaciones empobrecidas, sin acceso a trabajo, salud, educación y un mínimo de vida que merezca la pena vivirse.

Las niñas ecuatorianas que sufren violencia sexual viven un doble infierno en este país, la de sus violadores y la del Estado; la mayoría de países en América Latina han despenalizado el aborto por violación, hace un siglo o décadas. Acá estamos aun bregando para que lo más elemental, el aborto por violación sea despenalizado y se puedan dar servicios de salud para que estas niñas puedan practicarse un aborto seguro y gratuito ¿acaso eso no es lo mínimo que merecen?

Sin embargo, para el expresidente Correa, para el actual presidente Lasso y, sumados a ellos, la señora Alcívar, esposa de Lasso, no es así. Ellos cada vez parecen tener más coincidencias que discrepancias, antes se unieron en la ley que fijó impuestos que afectan a la clase media y mantiene los privilegios de los de más arriba. En esta nueva coyuntura, Correa hizo un llamado urgente a una “coalición nacional por la vida”. Ante lo cual rápidamente reaccionó la señora Alcívar publicando en sus redes sociales varios lugares comunes de los conservadores del Opus Dei, incluida una insólita llamada a proteger los derechos del padre de la criatura, esto es del violador. Finalmente, el último de la alianza, el presidente en funciones se acaba de sumar en las últimas horas a través de amenazadoras declaraciones ofreciendo un veto total a un proyecto de ley que aún no es aprobado por la Asamblea.

Estas personas que ostentan un enorme poder de influencia y decisión están en contra del aborto, aún de niñas violadas, para ellos lo mejor sería que las niñas se conviertan en madres de hijos que pueden ser a la vez sus hermanos y parientes, y que estas mujeres tengan que ser madres, revictimizándolas así durante toda su vida. Parece monstruoso y sin compasión, pero lamentablemente esos son los “líderes” que tenemos ahora.

Afortunadamente la Corte Constitucional ya dio un dictamen que despenaliza el aborto por violación, pues por más que la Constitución diga que se respetará la vida desde la concepción, los derechos de esas niñas que ya son personas no pueden soslayarse. La Asamblea tiene la obligación de dictar una ley para que estas niñas, mujeres, y personas con posibilidad de gestar, que han sido violadas, puedan decidir libremente si desean tener ese hijo producto de un delito o, sin plazos, tal como ocurre ahora con las mujeres con discapacidad, puedan recibir asistencia médica que garantice su decisión de no tenerlo y así puedan retomar su proyecto de vida.

 

 

viernes, 18 de marzo de 2016

Tácticas peligrosas



La proximidad de las elecciones ha desatado el debate acerca de con quienes sería pertinente y viable establecer alianzas y con quienes no. Para establecer alianzas políticas concurren varios criterios que complejizan la decisión. Seguramente un politólogo que aplique la teoría de juegos podría encontrar una innumerable cantidad de alternativas. De cualquier forma, un análisis que mira la política como una disputa por obtener y conservar el poder, va a considerar la eficacia de tales tácticas. Esta eficacia no puede constituirse en el único criterio, se trata por cierto de compartir cosmovisiones, valores e ideas programáticas acerca de la realidad social y política sobre la que se pretende actuar.
Una izquierda expresada en un ala de Pachakutik propugna la idea de que es necesaria y urgente una alianza amplia, aún con sectores que tradicionalmente han militado en la derecha política. Mientras que otra ala, desde la propia CONAIE, expresa su inconformidad con esta propuesta y está pugnando por una alianza entre fuerzas de izquierda y progresistas. Estas posturas parecen extenderse a buena parte de la sociedad ecuatoriana, lo advertimos en los artículos de opinión, en las redes, en las conversaciones cotidianas.
El argumento de la primera propuesta parece ser que el correísmo, como fenómeno político, ha arrasado con toda la institucionalidad democrática y la posibilidad misma de un proyecto común de estado nación. Esta lectura, a pesar de todos los epítetos con los que podamos calificar al correísmo, me parece exagerada. Decir que por el desastre en que se encuentra la “institucionalidad democrática” cabe  una alianza con la derecha supone decir que el correísmo como proceso político ha borrado las fronteras entre la izquierda y la derecha, consabida tesis que ha tratado de ser implantada en otros lugares, proclamando el fin de las ideologías y una verdadera postpolítica.
Si ya no existen derechas e izquierdas, la cosa se facilita y se trata únicamente de gestionar la política. No comparto esta visión, los problemas sociales, económicos, culturales son tan álgidos en nuestras sociedades que es imprescindible tomar partido y saber que sus soluciones dependen de afectar un sistema entero de desigualdad, del cual una parte sale beneficiada en detrimento de la otra. Por ello, la ingenua colaboración o alianza con los beneficiarios de muchos de los problemas que nos afectan, no solo representa el fin de la teoría de la lucha de clases cuyas limitaciones ya saltaron hace décadas, sino más que eso, supone el fin de la política y de su conflictividad inherente.
Debemos reconocer que el correísmo ha terminado acercando a la derecha y a la izquierda. El carácter autoritario y centralista de este proceso lleva a que frecuentemente se coincida en algunos temas en contra del correísmo y su figura protagónica. Sin embargo, no nos engañemos, de ambos bandos lo hacemos por razones distintas. Mientras los de izquierda queremos jalar más hacia ese lado, los del otro bando quieren tirar justo al lado contrario.
Si para derrotar al correísmo la izquierda se alía con cualquiera, corre el riesgo de no haber aprendido nada de la lección que ha significado el apoyo al propio Correa. Entonces, muchos pragmáticos del poder se preguntarán ¿para qué va la izquierda a las elecciones? ¿qué va a disputar la izquierda? Es indudable que el correísmo ha asestado un golpe, no tanto al neoliberalismo como ellos lo pregonan a los cuatro vientos, lo ha asestado a la izquierda y sus ideales, porque ahora la derecha empieza a cosechar de un sentido común anticorreísta y derechista instalado en la opinión pública.
No obstante, aupar a la derecha al poder solo significaría empezar a ser cómplices de su agenda de entronización del mercado, de arrinconar al Estado -cierto que en el correísmo se ha convertido en el locus de la supuesta transformación social desde arriba, en detrimento de la propia sociedad- Pero la derecha no querrá reemplazarlo con una sociedad participativa y con autodeterminación, que es lo que demanda la auténtica izquierda, sino que querrá reemplazarlo con la lógica del mercado. 
El escenario ciertamente no es transparente, las opciones son complejas y peligrosas, pero así se juega a la política, aceptando el riesgo y el reto. Reconozco el riesgo que varios actores de la izquierda han tomado al lanzarse por una vía poco ortodoxa, la alianza con la derecha; reconozco que electoralmente les puede ir mejor, pero podemos prefigurar el momento posterior a las elecciones ¿qué haremos juntos? ¿un gobierno de transición para “recuperar” la democracia? El problema no solo es de índole semántica sino semiótica, cuando entre derecha e izquierda hablamos de democracia, ¿de qué democracia hablamos? En adelante, entonces, solo cabe que se presenten todos los desencuentros posibles, y nuevamente la historia de ruptura, frustración y marginación que acabamos de experimentar se repetirá.

La astucia de la modernidad correísta



Luego de 9 años de Revolución Ciudadana la sociedad ecuatoriana parece resistirse a cambiar, muy a pesar del eslogan del régimen “el Ecuador ya cambió”. El correísmo ha apostado todo su capital político y su propia imaginería para transformar la sociedad ecuatoriana en una sociedad moderna y transparente, sin ataduras a un pasado tradicional, mítico y premoderno, en el que primaban los caciquismos, los corporativismos que tanto han incomodado a esta nueva ideología modernizadora de la sociedad ecuatoriana que es el correísmo. Ha querido modernizar la política, a través de convertirnos en ciudadanos universales, sin diferencias, y que expresemos nuestras preferencias exclusivamente en las urnas. Ha querido modernizar la economía, a través de convertirnos en consumidores en un mercado competitivo con suficiente poder adquisitivo para elegir; es por ello y no por otras razones, que ha querido reducir o acabar con la pobreza. Ha querido modernizar la sociedad, a través de constituirnos en individuos sin ataduras, pertenencias, ni lealtades a gremios, a etnias, a culturas, a movimientos. El correísmo ha imaginado una sociedad plana y transparente en la que todos –bajo una matriz liberal de igualdad- tengamos los mismos derechos y deberes. Una sociedad en la que seamos la sumatoria de individuos: catorce millones de ecuatorianos cobijados por un Estado vigilante, disciplinario, quizás protector si se requiere, pero que está ubicado por encima de esa sociedad y que la tutela desde bien arriba. La astucia de la modernidad correísta se ha desplegado a lo largo de estos años para realizarse de forma inexorable.
Pero el correísmo se da con la piedra en los dientes cada día, vive en una continua zozobra porque sus objetivos, luego de casi una década en el poder, no se concretan. En la esfera política imaginó un país civilizado en el cual disputen el poder banqueros y tecnócratas, por eso reconoció tempranamente a un banquero como una oposición legítima, porque era moderna y racional. Nunca dijo que iba a eliminar a todos los partidos, solo a aquellos que los percibe como premodernos. No obstante, los grupos políticos se resisten a desaparecer o a modernizarse, ahí encontramos a los “tirapiedras” con un nuevo membrete político metiendo bulla, ahí encontramos a los “indios de ponchos dorados” que no son capaces de llegar a consensos ni entre ellos mismos; ahí encontramos a un populismo remozado con el propio hijo de Abdalá que vuelve a la escena; ahí encontramos a una derecha que tampoco se ha modernizado y se desgaja en varias expresiones caudillistas. El correísmo aspiraba a poner orden en esa gran dispersión política y no lo ha logrado, aunque de eso finalmente pueda beneficiarse, no parece agradarle del todo.
En la esfera social la situación quizás es peor que en el espacio político, puesto que aparecen en escena los estudiantes revoltosos que con sus manifestaciones, destrozos y violencia le recuerdan al régimen que casi de nada han valido las represiones, los juicios, las expulsiones y amenazas. Los muchachos siguen en las calles y se niegan a ser disciplinados. Ahí aparecen las mujeres ecuatorianas, malcriadas, relajosas, que no meditan en los impactos de sus acciones, que pueden causar enormes pérdidas económicas y aún conflictos diplomáticos con sus actitudes irreverentes y poco meditadas. Ahí aparecen las universidades y hasta los académicos, que en lugar de valorar reflexivamente todo el gran paso modernizador que intenta dar el correísmo, se resiste a cambiar, lucha por imponer sus propias reglas, por funcionar con autonomía que realmente es anarquía, y que provoca una terrible frustración a los cuadros expertos en disciplinamiento que se han ido especializando en el régimen. Ahí aparecen los jubilados con sus demandas de último momento, con peticiones que en sí mismas desbordan cualquier cálculo actuarial, y que no entienden de la importancia de estos estudios. Ahí aparecen los ecologistas infantiles, que en lugar de valorar el gran cambio de la matriz productiva que el régimen ha querido impulsar, el dominio sobre la naturaleza, se solazan con criticar lo que ellos  denominan extractivismo, en zonas ínfimas y de poca importancia. Ahí acaban de aparecer los militares, una casta que siempre se ha beneficiado de las prerrogativas de poseer las armas, y que ahora se atreve a contestar a un régimen que lo único que aspira es a poner orden. Y ahí siempre, persistentemente, aparecen los indios, los cholos, los afros, los mulatos, los montubios, ese sinfín de gentes que llegaron a empoderarse tanto que incluso plantearon las novelerías de la interculturalidad y la plurinacionalidad,  a la cual el correísmo, preocupado por la unidad de nuestro gran Estado-nación, nunca ha querido dar paso ¿por qué iba a hacerlo? Si todos podemos resumirnos en una gran nación blanco-mestiza. A fin de cuentas, unos más morenitos y otros más blanquitos, todos para el correísmo nos cobijamos en la gran patria que nos dicen, ya volvimos a tenerla y es de todos.
En fin, todas estas gentes, grupos, movimientos, partidos y expresiones constituyen una verdadera rémora para el correísmo. Todos ellos nunca han entendido las reales pretensiones de la revolución ciudadana, su afán de cambiar al país, de desarrollarlo, de ponerlo en la senda del orden y progreso. Si el correísmo para venderse tuvo que recurrir a la expropiación de luchas, discursos, imaginarios y estrategias de los grupos sociales; a manipular, cooptar, dividir, todo eso fue parte de una táctica indispensable para llegar al poder del Estado y desde ahí modernizar la sociedad. No se le puede acusar de traición a sus proclamas, eso era parte de una estrategia legítima. Estos actores no valoran nada lo que la Revolución Ciudadana ha pretendido hacer con ellos: modernizarlos, desencantarlos, desatarlos de cualquier lazo social, desnudarlos de sus adscripciones, lealtades y falsas identidades, que es lo que nos ha llevado a un fracaso como país y nación.
Pero, realmente, es el correísmo quien nunca entendió este país, nunca lo vivió y sintió en su complejidad, en su diversidad, en su historia de colonialismo, de patriarcado, de explotación y de humillación. Nunca asimiló aquello que Echeverría denominó el “ethos barroco”, una forma constitutiva de nuestro modo de afrontar la modernidad capitalista, ni mejor ni peor que las otras, simplemente esa ha sido nuestra forma de vivir estas profundas contradicciones y violencias que históricamente hemos enfrentado. Esta estética barroca, que tanto molesta al correísmo, constituida por esta diversidad que se niega a diluirse, probablemente va a lograr la desaparición del propio correísmo, y con ello de su astucia modernizadora.

La “apetecida” Universidad Andina, más dentro del iceberg



Un artículo censurado hace algunos meses en Diario El Telégrafo, que ocasionó además la suspensión definitiva de mi columna de opinión, argumentaba que el conjunto de despropósitos con que se dirigía la costosísima universidad Yachay, solo constituía la punta del iceberg de un gobierno autoritario del sistema de educación superior, con una visión del conocimiento al servicio del capital, y llevado adelante por personas inexpertas en gestión académica.
La larga cadena de cuestionamientos e intentos de intromisión sobre la Universidad Andina Simón Bolívar, vuelve a poner sobre el tapete el debate acerca del manejo del sistema de la educación superior y las tentativas de cooptación de varias universidades. La Universidad Andina le ha resultado incómoda al sistema por los informes de investigación que se han emitido como los de derechos humanos, por ejemplo; por la posición frontal de su comunidad académica y su rector; porque no ha hecho como otros directivos que con su silencio cómplice han terminado vergonzosamente funcionalizados al régimen.
Lo que más sorprende es la forma de cuestionar una candidatura legítima y legalmente constituida del  rector electo de forma mayoritaria, frente a una débil candidatura del candidato oficialista, no por su ausencia de méritos como literato reconocido, sino porque como se conoce en el mundo académico,  varios requisitos académicos contemplados en la ley, él no los cumpliría.
El Instituto de Altos Estudios Nacionales, que se pretendía constituyera la Universidad de Postgrado del Estado fue “rescatado” de manos de los militares y puesto en la órbita del régimen. El proyecto tenía una perspectiva interesante, constituir una escuela de gobierno para los cuadros directivos del Estado y de este modo no sólo lograr una gestión experta y tecnificada, sino conseguir una burocracia relativamente autónoma de los vaivenes políticos. Se hicieron esfuerzos por construir este proyecto, pero un tutelaje omnisciente de parte de cuadros directivos del SENESCYT unidos a sus camarillas, lograron desinstitucionalizar los esfuerzos realizados para terminar convirtiendo a esta organización en lo que hoy es, una burda escuela de cursillos de capacitación a cargo de los propios familiares de quien dirige el sistema. En el caso del IAEN no les ha preocupado irrespetar reiteradamente la ley para la designación de sus autoridades, o imponer un tráfico de influencias que resulta indignante.
En estos mismos días se ha destapado, por parte del propio régimen, las mafias constituidas alrededor de la falsificación de los títulos. Resulta que se vendieron y registraron cientos de títulos de licenciatura, maestría o doctorado, al parecer con complicidad de algunos funcionarios del SENESCYT -según sus propias declaraciones en la prensa- de acuerdo a las necesidades de los  beneficiarios y con costos variables. Todo esto es una demostración no sólo de una mala gestión y de una visión chata, sino por detrás está el menoscabo de la autonomía de las universidades. Ellas son las que, en un sistema  de autonomía, con participación de la sociedad y del Estado, deben gestionar el sistema de educación superior. Una academia pensante, sede de la razón, no puede admitir tutelajes de organismos político-partidistas.
La ausencia de autonomía del sistema y la regencia del régimen se evidencia en la existencia de un organismo como el propio SENESCYT,  órgano inconstitucional puesto que ni siquiera es contemplado en la Constitución de Montecristi. Sí son constitucionales el CES y el CEAACES, pero en la práctica no sólo que fueron cooptados por el gobierno, sino que trabajan con funciones disminuidas y recursos escasos, siendo el primer organismo señalado el que hace y deshace.
¿Qué lógica hay detrás de todo este manejo de la Educación Superior?
Es una lógica de poder, pero un poder ciego, un poder que pretende dominar, no crear hegemonía. Un poder obtuso que cree que cooptando va a lograr que la academia se vuelva funcional a su proyecto. Vana pretensión. Dentro del propio IAEN, el reducto académico más manoseado por parte del régimen, hay intentos de establecer espacios liberados, puesto que las dominaciones generan sus propias resistencias como ya nos decía Foucault, y nunca nos vemos pillados del todo por el poder.
El proyecto de transformación de la educación superior renunció a establecer consensos y participación de los actores universitarios desde el inicio, cuando se debatió y aprobó la Ley de Educación Superior en la Asamblea Nacional. La ley surgió de forma espuria, puesto que el proyecto de ley debatido y consensuado con los actores fue sustancialmente cambiado por la Presidencia, en el veto se introdujeron innumerables cambios, que no habían sido ni discutidos ni acordados con los actores de la academia, aspecto que un veto no admite. Esta ausencia de legitimidad originaria se ha visto ratificada no solo porque se ha provocado una permanente ausencia de diálogo con los actores, sino porque a muchos de ellos, sobre todo a quienes pueden hacer contrapoder, se los ha chantajeado veladamente a través de los recursos. El miedo y la retaliación han jugado para tener unos rectores sumisos y complacientes, temerosos de que los recursos sean negados y que su gestión vaya al traste.
El modelo de transformación de la educación superior del correísmo se ha apuntalado en unos parantes muy endebles, parecían sólidos en  un inicio pero a la postre ya dan muestras de una fragilidad que haría caer todo el edificio o el modelo en su conjunto: ha logrado mantener el control en base al liderazgo de la figura presidencial, y esa si bien fue su fortaleza cuando el presidente tenía una alta aceptación a su gestión y liderazgo, en el momento que empieza a erosionarse, el modelo entero amenaza con colapsar.
Elementos válidos como el sistema de becas o el intercambio de académicos, terminan siendo elementos aislados que se ven contaminados por un sistema entero de carácter autoritario. A la academia se le ha impuesto temor, se la ha tratado con sospecha, y no se le ha reconocido ningún mérito ni trayectoria. Se ha hecho de cuenta que no había nada detrás, y que lo poco que había no valía la pena, que los actores académicos aparte de mediocres están contaminados de politiquería, así fueron estigmatizados y echados todos en el mismo saco.
Unos mails escritos por quien dirige el sistema de educación superior, que circulan y son de dominio público, de ser auténticos, solo demuestran la torpeza de una gestión politiquera  y manipuladora, que no se diferenciaría de aquellos a quienes ellos han calificado como tirapiedras y los supuestos causantes del colapso de la universidad ecuatoriana. Prácticas de la peor laya, maniobras rastreras con las cuales pretenden apropiarse de la Universidad Andina y neutralizar la resistencia erigida por sus actores legítimos, todos quienes han creado, trabajado y puesto su vida en ese proyecto institucional y académico.
Mientras escribo estas líneas no está definida la situación de la Universidad Andina, pero ya sabemos que todo puede pasar, y el irrespeto y la prepotencia es posible que se impongan, pero no será por mucho tiempo, ni será sin costos. Afrentas como las que se han provocado contra la Universidad Andina, harán reaccionar a toda la comunidad académica ecuatoriana, que está llegando a un hartazgo compartido con la sociedad en su conjunto.

La transitoria, triunfo de la movilización popular



El espectro político electoral ecuatoriano se abrió cual abanico chino. La sorpresiva decisión del Presidente Correa de no postularse para las elecciones de 2017, a través de la maniobra de introducir una transitoria en el paquete de enmiendas, ha movido varias fichas del tablero político ecuatoriano. Se puede intentar perfilar varios escenarios, dependiendo de quién sea el heredero designado por el propio Correa, y de cómo la oposición enfrente estos escenarios, pero todos y cada uno de ellos implican una apertura del escenario político, aun éste más maquiavélico que supondría que la Corte Constitucional desaprobara la transitoria, reposicionando a Correa.
No obstante el gesto de Correa, al insistir en la enmiendas con la  dócil complacencia de los asambleístas de su bancada, parece mostrar al menos dos hechos: uno es que hay una extraña y parcial comprensión acerca del hartazgo en buena parte de la sociedad ecuatoriana, causado tanto por sus políticas autoritarias como por un escenario de crisis económica, lo cual ha desembocado en la transitoria y su impredecible desenlace; y otro hecho, es que esta insistencia en que su Asamblea apruebe las enmiendas, con transitoria incluida, implica dejar una puerta abierta para su retorno en el período posterior.
Por ello, la movida estratégica de Correa es consolidar el Correísmo, aún sin él y a cualquier precio. La Revolución Ciudadana, entendida como un proyecto de cambio colectivo y participativo, hace tiempo que quedó sepultada. El Correísmo es la expresión de un proyecto político centrado en un líder y contiene tanto sus declaraciones programático-ideológicas, así como sus prácticas en el ejercicio del poder. El Correísmo abarca al movimiento político de Alianza País, y no al revés, debido a su carácter altamente personalista.
En una intervención entre ingenua y cínica, la presidenta de la Asamblea expresó el preciso día de las marchas del 26 de noviembre -cuando fue presurosa a la Plaza Grande pues no tenía la menor intención de quedarse para observar la marcha de los movimientos populares, menos todavía escuchar sus petitorios-  que las enmiendas tienen por objetivo consolidar lo que ella aun sigue denominando “el proyecto político” es decir, el Correísmo. Todo este comportamiento de la bancada oficialista que se hace eco irreflexivamente, que asume como esponja lo que el poder del ejecutivo manda, me recuerda una frase de Hamlet que estuve releyendo en estos días: “A fin de cuentas, esos son los oficiales que mejor sirven a un rey; quien hace como los monos con las nueces. Los guarda en el hueco de sus fauces, y allí primero los mastica, para después engullirlos. Y cuando él quiera lo que habéis cosechado, os exprimirá, y como esponjas que sois, de nuevo secos quedaréis”.
Se ha calculado que introducir la transitoria llevaría a la desmovilización popular puesto que los cuestionamientos acerca de las reformas se centraron en la reelección indefinida, y una lectura simplista de parte del régimen argumenta que “se le ha acabado el discurso a la oposición” acerca de las reformas constitucionales. No obstante, en mi percepción, hay un mal cálculo político, el paquete de reformas que no enmiendas, está siendo impuesto a sangre y fuego, y esto va a tener un altísimo costo político al régimen, y como ciudadanía estamos dispuestos a hacérselo pagar.
De todas formas, creo que hay que valorar en su justa dimensión la propia introducción de la transitoria, lo cual no está siendo suficientemente analizado. No han sido ni los diálogos ciudadanos, ni las encuestas, ni la presión familiar sobre Correa aquello que le ha llevado a introducir la transitoria, sino la amplia y sistemática movilización popular la que ha conseguido este triunfo. Pírrico triunfo se podrá argumentar, dado que el paquete de reformas sigue en pie, no lo creo así. Haber logrado este retroceso del caudillo más obcecado e intransigente que el país haya tenido en estos últimos años, es un logro de la política de las calles, único camino que va quedando en una institucionalidad absolutamente cooptada por el régimen.
Si seguimos pensando que el régimen las maneja todas y lo mistificamos más allá de sus reales posibilidades y alcances, nos hacemos un flaco favor a la izquierda y a los movimientos populares. Las debilidades, carencias y torpezas del Correísmo son múltiples y es necesario irlas desenmascarando una a una. Ese es el papel que toca jugar ahora; análisis, movilización y propuesta. Pero hemos logrado ya abrir el escenario electoral y político en el que todo puede pasar. La fatalidad del Correísmo no existe, en la historia no hay determinismos ni fatalidades, por ello se debe encarar este nuevo escenario con trabajo colectivo, creatividad y sagacidad.