El espectro político electoral ecuatoriano se abrió
cual abanico chino. La sorpresiva decisión del Presidente Correa de no
postularse para las elecciones de 2017, a través de la maniobra de introducir
una transitoria en el paquete de enmiendas, ha movido varias fichas del tablero
político ecuatoriano. Se puede intentar perfilar varios escenarios, dependiendo
de quién sea el heredero designado por el propio Correa, y de cómo la oposición
enfrente estos escenarios, pero todos y cada uno de ellos implican una apertura
del escenario político, aun éste más maquiavélico que supondría que la Corte Constitucional
desaprobara la transitoria, reposicionando a Correa.
No obstante el gesto de Correa, al insistir en la
enmiendas con la dócil complacencia de
los asambleístas de su bancada, parece mostrar al menos dos hechos: uno es que
hay una extraña y parcial comprensión acerca del hartazgo en buena parte de la
sociedad ecuatoriana, causado tanto por sus políticas autoritarias como por un
escenario de crisis económica, lo cual ha desembocado en la transitoria y su
impredecible desenlace; y otro hecho, es que esta insistencia en que su Asamblea
apruebe las enmiendas, con transitoria incluida, implica dejar una puerta
abierta para su retorno en el período posterior.
Por ello, la movida estratégica de Correa es
consolidar el Correísmo, aún sin él y a cualquier precio. La Revolución
Ciudadana, entendida como un proyecto de cambio colectivo y participativo, hace
tiempo que quedó sepultada. El Correísmo es la expresión de un proyecto
político centrado en un líder y contiene tanto sus declaraciones
programático-ideológicas, así como sus prácticas en el ejercicio del poder. El
Correísmo abarca al movimiento político de Alianza País, y no al revés, debido
a su carácter altamente personalista.
En una intervención entre ingenua y cínica, la
presidenta de la Asamblea expresó el preciso día de las marchas del 26 de
noviembre -cuando fue presurosa a la Plaza Grande pues no tenía la menor
intención de quedarse para observar la marcha de los movimientos populares,
menos todavía escuchar sus petitorios- que las enmiendas tienen por objetivo
consolidar lo que ella aun sigue denominando “el proyecto político” es decir,
el Correísmo. Todo este comportamiento de la bancada oficialista que se hace
eco irreflexivamente, que asume como esponja lo que el poder del ejecutivo
manda, me recuerda una frase de Hamlet que estuve releyendo en estos días: “A
fin de cuentas, esos son los oficiales que mejor sirven a un rey; quien hace
como los monos con las nueces. Los guarda en el hueco de sus fauces, y allí
primero los mastica, para después engullirlos. Y cuando él quiera lo que habéis
cosechado, os exprimirá, y como esponjas que sois, de nuevo secos quedaréis”.
Se ha calculado que introducir la transitoria
llevaría a la desmovilización popular puesto que los cuestionamientos acerca de
las reformas se centraron en la reelección indefinida, y una lectura simplista
de parte del régimen argumenta que “se le ha acabado el discurso a la
oposición” acerca de las reformas constitucionales. No obstante, en mi
percepción, hay un mal cálculo político, el paquete de reformas que no enmiendas,
está siendo impuesto a sangre y fuego, y esto va a tener un altísimo costo
político al régimen, y como ciudadanía estamos dispuestos a hacérselo pagar.
De todas formas, creo que hay que valorar en su
justa dimensión la propia introducción de la transitoria, lo cual no está siendo
suficientemente analizado. No han sido ni los diálogos ciudadanos, ni las
encuestas, ni la presión familiar sobre Correa aquello que le ha llevado a
introducir la transitoria, sino la amplia y sistemática movilización popular la
que ha conseguido este triunfo. Pírrico triunfo se podrá argumentar, dado que
el paquete de reformas sigue en pie, no lo creo así. Haber logrado este
retroceso del caudillo más obcecado e intransigente que el país haya tenido en
estos últimos años, es un logro de la política de las calles, único camino que
va quedando en una institucionalidad absolutamente cooptada por el régimen.
Si seguimos pensando que el régimen las maneja todas
y lo mistificamos más allá de sus reales posibilidades y alcances, nos hacemos
un flaco favor a la izquierda y a los movimientos populares. Las debilidades,
carencias y torpezas del Correísmo son múltiples y es necesario irlas desenmascarando
una a una. Ese es el papel que toca jugar ahora; análisis, movilización y
propuesta. Pero hemos logrado ya abrir el escenario electoral y político en el que
todo puede pasar. La fatalidad del Correísmo no existe, en la historia no hay
determinismos ni fatalidades, por ello se debe encarar este nuevo escenario con
trabajo colectivo, creatividad y sagacidad.
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