Las mujeres en el Ecuador accedimos de forma pionera al derecho al
voto. Si comparamos con el resto de países de América Latina, observamos
que ocurrió en 1929, por delante de México, Argentina, Brasil, y
nuestros vecinos Colombia y Perú. Este hecho no se debe únicamente a la
audacia y activismo de nuestra gran Matilde Hidalgo de Procel, como
siempre se la recuerda. Tampoco exclusivamente a las bondades de la
Revolución Alfarista, que sin duda sentó las bases legales para que las
mujeres ecuatorianas pudiéramos acceder al derecho del sufragio, la
incorporación a la educación y al trabajo, y a la protección de sus
derechos. Paradójicamente, investigaciones recientes han demostrado que
llegado el momento en que doña Matilde demandó su derecho al voto fue la
tendencia política conservadora quien terminó auspiciando esta
participación política. Al parecer les convenía en este momento político
un voto de la mujer que se asumía conservador y moderado.
Las mujeres en el Ecuador han utilizado diversas estrategias para posicionarse como ciudadanas y demandar sus derechos de participación política. De acuerdo con la profesora Ana María Goetschel, el feminismo no se expresaba de manera unívoca sino con multiplicidad de discursos; las mujeres en el temprano siglo XX apelaron a sus valores como madres para proyectarse a la sociedad, o el cultivo de lo que llamaron ‘cualidades propiamente femeninas’, o a la necesidad de la complementariedad entre hombres y mujeres. Estas mujeres fueron cautelosas y evitaron el enfrentamiento directo. Otras mujeres en cambio invocaron la pertinencia del conocimiento o la necesidad de la educación para poder acceder a los derechos ciudadanos. Ellas reclamaron una mayor participación en la esfera política, libertad, autonomía y derechos individuales.
En estos últimos años hemos observado avances y retrocesos en los procesos de ciudadanización de las mujeres. Por un lado una visibilización en esferas de la alta política bajo la modalidad de designación convive con una participación política aún restringida en las dignidades de elección popular, muy a pesar de las cuotas. Así mismo, la participación de las mujeres en la política contenciosa, que es la política en las calles, en los barrios y en las asambleas ciudadanas si bien no ha sido documentada suficientemente, hemos observado que estas formas de participación han tenido obstáculos en nuestro país.
No obstante, el desafío de la ciudadanización de las mujeres no se agota en la participación política formal. Esta incluye, a criterio de la autora Molyneux, varias aristas: la institucionalidad social y política, las exclusiones de clase, racial y propiamente de género, y las capacidades para transformar la sociedad. Es por ello que a la hora de los balances esta resulta una tarea compleja y para nada simplificadora.
Las mujeres en el Ecuador han utilizado diversas estrategias para posicionarse como ciudadanas y demandar sus derechos de participación política. De acuerdo con la profesora Ana María Goetschel, el feminismo no se expresaba de manera unívoca sino con multiplicidad de discursos; las mujeres en el temprano siglo XX apelaron a sus valores como madres para proyectarse a la sociedad, o el cultivo de lo que llamaron ‘cualidades propiamente femeninas’, o a la necesidad de la complementariedad entre hombres y mujeres. Estas mujeres fueron cautelosas y evitaron el enfrentamiento directo. Otras mujeres en cambio invocaron la pertinencia del conocimiento o la necesidad de la educación para poder acceder a los derechos ciudadanos. Ellas reclamaron una mayor participación en la esfera política, libertad, autonomía y derechos individuales.
En estos últimos años hemos observado avances y retrocesos en los procesos de ciudadanización de las mujeres. Por un lado una visibilización en esferas de la alta política bajo la modalidad de designación convive con una participación política aún restringida en las dignidades de elección popular, muy a pesar de las cuotas. Así mismo, la participación de las mujeres en la política contenciosa, que es la política en las calles, en los barrios y en las asambleas ciudadanas si bien no ha sido documentada suficientemente, hemos observado que estas formas de participación han tenido obstáculos en nuestro país.
No obstante, el desafío de la ciudadanización de las mujeres no se agota en la participación política formal. Esta incluye, a criterio de la autora Molyneux, varias aristas: la institucionalidad social y política, las exclusiones de clase, racial y propiamente de género, y las capacidades para transformar la sociedad. Es por ello que a la hora de los balances esta resulta una tarea compleja y para nada simplificadora.
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