lunes, 3 de agosto de 2015

La violencia contra la mujer no descansa

No se trata de victimizarnos en un día ya de por sí cargado de victimizaciones, sino de dimensionar en su real magnitud la situación de la violencia contra la mujer en nuestro medio.
Nos preguntamos, ¿qué causa la violencia contra la mujer? ¿Por qué persiste obstinadamente?  ¿Dónde está enraizada? Podríamos afirmar que en las desigualdades de poder de los hombres y las mujeres; en las diferentes concepciones acerca de lo que es ser hombre y ser mujer; en la posición de subordinación y supuesta inferioridad de las mujeres, de lo que son y de lo que hacen; y en su correlato, en la dominación y supuesta superioridad de los hombres, de lo que son y de lo que hacen.
Cuando hablamos de violencia contra la mujer reparamos en que ésta no opera solo por una vía, al contrario, sus tentáculos son diversos. Por ello no es exagerado hablar de violencia física, psicológica, sexual, y económica. Ya sabemos, por datos recientes, que 6 de cada 10 mujeres en el Ecuador han vivido alguna de estas violencias, y que están incrustadas, sin mayores diferencias, en todos los estratos socioeconómicos, grupos étnicos y espacios territoriales en nuestro país (INEC, 2012).
Cuando hablamos de violencia contra la mujer tendemos a imaginar una mujer con un rostro golpeado, sí, pero eso es reduccionista. La violencia se manifiesta en lo laboral, en la educación, en la familia, en la cultura, en los espacios políticos, en el ámbito privado y en el público. El derroche de poder que ejercen con frecuencia los hombres no solo es de parte de las parejas masculinas, de los maridos o esposos, sino también de jefes, patrones, dirigentes sociales, directivos institucionales, líderes políticos. Más aún, es de todo el sistema, porque es una violencia institucionalizada. Por ello encontramos violencia contra las mujeres no sólo en la casa, sino también en las oficinas, en las fábricas, en la calle, en los parques, mientras conduces el auto, en los buses, en las escuelas y universidades; la violencia contra las mujeres está en todas partes.
Todo ello nos lleva a plantear la necesidad de redefinir los modelos de masculinidad y feminidad. Según estos estereotipos los hombres están obligados a ocultar su sensibilidad, ser violentos y competitivos; mientras que las mujeres son presionadas por cumplir un rol subordinado, enfocado en un estereotipo de belleza y en el cuidado de los demás. Estos modelos ya se están desmoronando pero aún hay mucho por derrocar. Y hay que hacerlo desde temprano, desde la infancia, con las niñas y niños que empiezan su socialización y educación. No basta esto, hasta que aquello ocurra es necesario fortalecer un sistema de protección de derechos de las víctimas de la violencia desde el Estado, acabar con la impunidad para los agresores, y fortalecer una cultura ciudadana de respeto a las diferencias, justicia, empatía, cooperación y paz.

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