lunes, 3 de agosto de 2015

La elegancia del erizo

Después de leer una novela -resulta un sentir común- es muy decepcionante ver la película basada en ese relato. No ocurrió así con La elegancia del erizo, novela de Muriel Barbery, publicada en 2006 pero llegada recientemente a mis manos. Barbery es una profesora francesa de filosofía que ha cultivado un estilo sutil y profundo en sus relatos. La elegancia del erizo trata acerca de dos mujeres separadas por generaciones distintas, Renée, una mujer madura que trabaja como conserje en un elegante edificio residencial en París, que se esconde tras una aparente personalidad algo huraña, pero que por dentro tiene una sabiduría poco común a partir de su secreta y gran afición a la lectura. Y del otro lado, Paloma, una niña de 11 años, introvertida y profundamente crítica de su propia familia y del mundo adulto que la rodea, hija de una de las acomodadas familias que habita un departamento de este edificio.

Entre las dos se produce una relación especial y la niña logra descubrir el secreto y de algún modo el alma de Renée. Ambas comparten ese afán de encerrarse en una cápsula, de esconderse tras un escaparate que cada una ha montado, lo hacen porque están contra un mundo hipócrita y banal. Como los erizos, ellas, se protegen con una fortaleza de púas. Esta fortaleza empieza a ceder cuando llega un nuevo residente, un hombre rico japonés a quien no interesan las apariencias, sino que ve más allá y descubre a las dos habitantes del edificio, con quienes establece una especial relación. El desenlace del libro, sin duda es inesperado, no obstante una (o uno) se queda con un buen sabor de boca, y si luego se toma el tiempo de ver la película, producida en el 2008 bajo la dirección de Mona Achache, repara que el filme logra capturar la esencia del libro.

“¡La codicia humana! No podemos dejar de desear, y ello nos magnifica y nos mata. ¡El deseo! Nos empuja y nos crucifica, llevándonos cada día al campo de batalla donde, la víspera, fuimos derrotados, pero que, al alba, de nuevo se nos antoja terreno de conquistas; nos hace construir, aunque hayamos de morir mañana, imperios abocados a convertirse en polvo, como si el conocimiento que de su caída próxima tenemos no alterara en nada la sed de edificarlo ahora; nos insufla el recurso de seguir queriendo lo que no podemos poseer y, al llegar la aurora, nos arroja sobre la hierba cubierta de cadáveres, proporcionándonos hasta la hora de nuestra muerte proyectos al instante cumplidos y que al instante se renuevan. Pero es tan extenuante desear sin tregua…” (Barbery, 2010: 226).

Estos son de los textos más lúcidos de los muchos que hay en el libro, reflexiones constantes, sutiles y salpicadas de humor, citas de autores y referencias de intelectuales aplicados a la vida cotidiana, ese es el mérito de esta novela de una joven mujer que despliega no solo sabiduría sino también un profundo sentido humano, que es lo que al final nos ofrece lo mejor de la literatura.

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