Después de leer una novela -resulta un sentir común- es muy
decepcionante ver la película basada en ese relato. No ocurrió así con
La elegancia del erizo, novela de Muriel Barbery, publicada en 2006 pero
llegada recientemente a mis manos. Barbery es una profesora francesa de
filosofía que ha cultivado un estilo sutil y profundo en sus relatos.
La elegancia del erizo trata acerca de dos mujeres separadas por
generaciones distintas, Renée, una mujer madura que trabaja como
conserje en un elegante edificio residencial en París, que se esconde
tras una aparente personalidad algo huraña, pero que por dentro tiene
una sabiduría poco común a partir de su secreta y gran afición a la
lectura. Y del otro lado, Paloma, una niña de 11 años, introvertida y
profundamente crítica de su propia familia y del mundo adulto que la
rodea, hija de una de las acomodadas familias que habita un departamento
de este edificio.
Entre las dos se produce una relación
especial y la niña logra descubrir el secreto y de algún modo el alma de
Renée. Ambas comparten ese afán de encerrarse en una cápsula, de
esconderse tras un escaparate que cada una ha montado, lo hacen porque
están contra un mundo hipócrita y banal. Como los erizos, ellas, se
protegen con una fortaleza de púas. Esta fortaleza empieza a ceder
cuando llega un nuevo residente, un hombre rico japonés a quien no
interesan las apariencias, sino que ve más allá y descubre a las dos
habitantes del edificio, con quienes establece una especial relación. El
desenlace del libro, sin duda es inesperado, no obstante una (o uno) se
queda con un buen sabor de boca, y si luego se toma el tiempo de ver la
película, producida en el 2008 bajo la dirección de Mona Achache,
repara que el filme logra capturar la esencia del libro.
“¡La
codicia humana! No podemos dejar de desear, y ello nos magnifica y nos
mata. ¡El deseo! Nos empuja y nos crucifica, llevándonos cada día al
campo de batalla donde, la víspera, fuimos derrotados, pero que, al
alba, de nuevo se nos antoja terreno de conquistas; nos hace construir,
aunque hayamos de morir mañana, imperios abocados a convertirse en
polvo, como si el conocimiento que de su caída próxima tenemos no
alterara en nada la sed de edificarlo ahora; nos insufla el recurso de
seguir queriendo lo que no podemos poseer y, al llegar la aurora, nos
arroja sobre la hierba cubierta de cadáveres, proporcionándonos hasta la
hora de nuestra muerte proyectos al instante cumplidos y que al
instante se renuevan. Pero es tan extenuante desear sin tregua…”
(Barbery, 2010: 226).
Estos son de los textos más lúcidos de los
muchos que hay en el libro, reflexiones constantes, sutiles y salpicadas
de humor, citas de autores y referencias de intelectuales aplicados a
la vida cotidiana, ese es el mérito de esta novela de una joven mujer
que despliega no solo sabiduría sino también un profundo sentido humano,
que es lo que al final nos ofrece lo mejor de la literatura.
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