lunes, 3 de agosto de 2015

¿Se puede ser feminista y correísta?

La asambleísta Gina Godoy, en un ejercicio de debate democrático, ha replicado mi artículo ‘Lo sumisas que fuimos’, publicado en este mismo diario. Ella cuestiona mi pertinencia para hacer críticas al decir: “sobre todo cuando se habla sin ser activamente partícipe de los espacios en los que se generan los cambios”. Me pregunto: ¿Qué privilegio tienen las mujeres en un parlamento o en un gobierno para decir que su lucha es más importante que las que luchamos desde abajo y desde afuera? ¿Acaso cuando Gina Godoy criticaba desde la calle, Cynthia Viteri tenía más derecho porque luchaba desde adentro? ¿Es más cómodo hacerlo desde afuera?
La asambleísta Godoy dice “jamás podría reconocerme sumisa”, y eso me alegra mucho. Pero eso no es lo más significativo, lo que realmente cuenta es que, en mi opinión, la Revolución Ciudadana no es un proyecto que crea firmemente en las luchas feministas. Por eso, asambleístas feministas como Godoy y otras han debido plegar con sumisión a temas tan duros para nuestras luchas, como no legislar a favor del aborto por violación, o no decir nada frente al giro ultraconservador del manejo del embarazo adolescente, o aceptar el no tener ninguna reacción de un minusválido Consejo de Igualdad de Género, o haber sido partícipe de la derogatoria de la Ley de Maternidad gratuita.
La asambleísta Godoy sostiene que “mira con decepción cómo nosotras mismas nos agredimos y somos violentas” en referencia a mi artículo. Creo que no debería decepcionarse, el feminismo siempre ha polemizado consigo mismo, en las prácticas feministas no ha imperado un espíritu de cuerpo -que al parecer es lo que le anima a la propia asambleísta Godoy a defender a su colega Aguiñaga en un rol bastante incómodo para la primera, puesto que reconoce que no comparte la sumisión-. Los feminismos han crecido y se han desarrollado gracias a un robusto espíritu crítico, que no ha hecho concesiones ni con el patriarcado ni con las interpretaciones acerca de dónde radica la desigualdad de las mujeres, así sean hechas por las propias mujeres.
No hay que asustarse, y precisamente ese es el rol de aquello que se ha denominado ‘feminismo académico’, término que no comparto porque las feministas en la academia no nos dedicamos solo a reflexionar sobre la desigualdad, también luchamos contra ella en espacios diversos y entre ellos la propia Universidad, que es uno de los lugares donde más lentamente permean los cambios.
Si un rol cabe a las feministas ‘académicas’ es ser implacablemente críticas con nuestras propias debilidades. Eso no impide que paralelamente se fomente eso que llamamos ‘sororidad’, un reconocernos entre nosotras como interlocutoras sin jerarquías por nuestros ideales de igualdad; pero sin traicionarlos por acomodarnos en un espacio, por más privilegiado que sea.
Finalmente dice la asambleísta “no lancemos piedras si tenemos techo de cristal, porque esa puede ser la peor de las trampas, sobre todo entre nosotras”. Yo le digo, entre nosotras las mujeres solo caben -no piedras porque las mías no lo fueron- argumentos, prácticas y debates. Con ellos no hay que temer que explote el techo de cristal que nos impide seguir creciendo; al contrario, este techo, que es una barrera a nuestros sueños de igualdad, terminará por expandirse. De eso, en cambio, no tengo dudas. (O)

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