lunes, 3 de agosto de 2015

Con tinta sangre: Música popular en clave de género (I)

El pasillo ecuatoriano acaba de celebrar su día. Esta música ha sido estigmatizada como triste, melancólica y es el complemento ideal para noches de bohemia e ingesta alcohólica. Ha sido habitualmente compuesto -en letra y música-  por hombres. Es decir, en el imaginario de la “ecuatorianidad” es la música nacional y masculina por excelencia. En cuanto a los orígenes sociales del pasillo, es una música mestiza, en la medida en que se introdujo en la etapa poscolonial, y si bien se originó en el vals europeo, recibió influencias regionales y locales que lo configuraron hasta lo que es en la actualidad.
Podríamos afirmar que el pasillo, en cuanto a su recepción, ha tenido un tránsito un tanto similar al que ha sufrido el tango argentino relacionado a su masificación: desde una música aceptada en los estratos populares e instalada en el reducto de la cantina, hasta constituirse en un género musical nacional, en el que se incluyen las más amplias preferencias de la clase media urbana de edad madura. Esto quizás también se relaciona con la propia evolución de la estratificación social ecuatoriana.
En las líricas se puede encontrar desde una franca idealización de la mujer, inscrita en un virtuosismo sin límites, hasta las más denigrantes formas de referirse a ellas, como un bien económico al que se lo posee. El hombre, por el contrario, se define a sí mismo como un conquistador nato y como un sujeto con iniciativa propia. La sublimación de la mujer en ciertas letras es evidente. Ella es construida como un sujeto pasivo que depende de un otro.
Una de las canciones más populares, convertida casi en ícono nacional, es el bolero “Nuestro juramento”, que está asociado a la memoria de Julio Jaramillo, quien en vida fue el prototipo del macho ecuatoriano y que luego de su temprana muerte fuera descrito como “el único, el incomparable, el pinga de oro”, en clara alusión a su poderío sexual masculino. Curiosamente esta canción no es un pasillo, es una balada compuesta en letra y música por el compositor puertorriqueño Benito De Jesús:
Si yo muero primero, es tu promesa/sobre de mi cadáver dejar caer/todo el llanto que brote de tu tristeza/ y que todos se enteren de tu querer/ Si tú mueres primero, yo te prometo/escribiré la historia de nuestro amor/ con toda el alma llena de sentimiento/ la escribiré con sangre, con tinta sangre del corazón.
El juramento que se hacen los amantes mantiene intactos los roles de género tradicionales, la mujer pasiva, si muere su amante debe llorarlo y acompañarlo hasta el final con su presencia. Mientras el hombre, en un rol más intelectual y abstracto, es el facultado para escribir la historia.
¿Se podría uno imaginar un modelo distinto de lírica, que no esté basada en estos estereotipos y relaciones desiguales entre hombre y mujer, en la música popular? Parecería imposible escapar a este tipo de discurso que termina naturalizado en la lírica popular ecuatoriana.

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