lunes, 3 de agosto de 2015

Los indicios de “La muerte de Jaime Roldós”

La microhistoria planteó aquello que se denominó el paradigma indiciario. El historiador Carlo Ginzburg, a partir de su famosa obra “El queso y los gusanos”, propuso estudiar los indicios, rastrear las huellas;  se trata de hacer “hablar a los silencios”. El documental de los realizadores Manolo Sarmiento y Lisandra Rivera apuestan por este enfoque en su investigación cinematográfica y van reconstruyendo, casi como detectives, una historia que nos constituyó como sociedad, en el reciente período democrático.
Hay hechos que nos marcan para siempre. Las y los ecuatorianos sentimos esto en relación al 24 de mayo de 1981. Quienes para esa fecha tenemos uso de memoria, podemos recordar qué ocurrió ese día, dónde estuvimos, que edad teníamos y cómo nos afectó la noticia. Por eso es que ver el documental “La muerte de Roldós” no es solo un ejercicio de memoria histórica, sino que penetra en las fibras más íntimas de nuestro pasado, donde se cruza lo personal y lo colectivo, lo histórico y lo anecdótico.
Las múltiples aristas del documental nos permiten entender,  por ejemplo, al personaje del joven presidente y su inclaudicable defensa de los derechos humanos. La trama de las diversas conspiraciones armadas en su contra: las infames dictaduras del Cono Sur, el oscuro rol de las Fuerzas Armadas ecuatorianas y la implicación de la llegada de Bush en lugar de Carter, como presidente de Estados Unidos. Todos estos indicios dejan caer, estrepitosamente, la teoría del accidente aéreo con la cual nos habíamos conformado. Y ahí sí nos sorprende cómo pudo ocurrir esto, cómo fuimos capaces de enterrar a Roldós. Quizás mientras más joven es el espectador, la sorpresa será más grande.
El decidido protagonismo en el documental del hijo de Roldós, Santiago, y el drama hamletiano en el que resulta atrapado, sin duda constituye la arista más destacada en el minucioso y prolongado trabajo de los realizadores. Entendemos por qué la reparación al daño -como dice el filósofo Rancière-  que busca su hijo Santiago ha ido por el lado del arte antes que de la política. La fuerza de los indicios consiste en que permite establecer un contacto existencial, tanto con el objeto que designa, como con el sujeto que lo percibe. Los múltiples y -a momentos- confusos indicios presentados, nos permiten salir del cine no solo con la convicción de que no fue un accidente, sino también con la de que debemos repensarnos como sociedad en este mismo momento.

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