lunes, 3 de agosto de 2015

El retorno de Andrés Chiliquinga

Andrés Chiliquinga fue el personaje de la famosa novela indigenista ecuatoriana “Huasipungo” (1934), de Jorge Icaza. Digo famosa porque es quizás la novela ecuatoriana más difundida, aunque en un congreso reciente escuché la noción de “literatura invisible” relacionada a la narrativa ecuatoriana. Este concepto fue acuñado por Carlos Arcos, escritor quiteño, quien precisamente es el autor de las “Memorias de Andrés Chiliquinga” (2013). Leí esta novela hace unos meses, sin embargo me parece que reposada, como los buenos vinos, no solo sabe mejor, sino que me da la distancia suficiente como para escribir acerca de ella, desde la perspectiva de una apasionada de la literatura.
El nuevo Andrés Chiliquinga es un músico otavaleño y dirigente del movimiento indígena, invitado a una universidad norteamericana. Participa de un curso de literatura y debe, por primera vez, leer “Huasipungo” y, en ese momento, se da por enterado que tiene el mismo nombre del personaje de Icaza. El mecanismo ingenioso y audaz de Arcos consiste en poner en boca de un Andrés Chiliquinga reencarnado, la crítica al propio autor de “Huasipungo” y, más que eso, a la mirada mestiza paternalista sobre los indígenas. “El Icaza no nos conocía, decía solo media verdad. Su libro era una trampa y también ignorancia de nuestro mundo”.
Este gesto del autor no deja de ser problemático, el “ventriloquismo” que Andrés Guerrero (1994) conceptualizó para entender la intermediación indígena en sociología política, puede resultar complejo en literatura. No obstante, el escritor crea un Chiliquinga verosímil en sus intereses, su relativa ingenuidad, sus dudas, sus vergüenzas; y lo ubica en un mundo totalmente nuevo para él, en un escenario académico que el autor, quizás por conocerlo, describe con agudeza y cuestiona veladamente.
Para completar el artificio metaficcional creado por Arcos, aparece María Clara Pereira -quien lleva el mismo apellido que el patrón de Chiliquinga de “Huasipungo”- una estudiante de doctorado ecuatoriana mestiza, que comparte el mismo curso del protagonista. Se establece un romance entre los dos personajes que cuestiona nuestras nociones de interculturalidad. Es más fácil imaginarse a un indígena otavaleño global relacionándose con “gringas” antes que con una mestiza ecuatoriana. María Clara, en su ambigüedad quizás por ser mestiza, por su rol y su discurso, resulta ser uno de los más irreverentes personajes femeninos de nuestra literatura.
El reto que asume el escritor, al hacer hablar como protagonista a un indígena, se sobredimensiona cuando el personaje articula una fuerte crítica a la novela más representativa del indigenismo en el país. La primera edición se encuentra agotada y por fortuna se prepara la segunda. Creo que, para los jóvenes ecuatorianos a quienes va dirigida la línea editorial de la novela, aunque realmente para la literatura ecuatoriana, este es un doble aporte: acercarse a indígenas contemporáneos como Andrés, y entender parte de la historia del país y de nuestra literatura; esas son palabras mayores.

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