lunes, 3 de agosto de 2015

“Hablar de niñez no es hablar de pequeñeces”

Tomo el titular del autor Di Caudo, de un documento reciente en el cual hace un análisis acerca de los desafíos para la política pública de infancia de la región. En efecto, cada vez son más contundentes las investigaciones en psicología infantil que demuestran cuán importantes son los primeros años de vida en varios aspectos: los vínculos afectivos que las y los bebés establecen, el desarrollo sensorial motor, cognitivo-intelectual, social y emocional.
El “apego” que se establece entre las y los niños con la madre, el padre o la persona que lo cuida es vital. Si la figura de apego central ofrece atención oportuna, muestras de afecto, fomento de autonomía y comunicación, esto hará que esa niña o niño, una vez adulto, pueda establecer relaciones saludables con su entorno y demuestre confianza en sí mismo. Si, por el contrario, se fomenta “un apego débil, con adultos que muestran interés y afecto pobres y poco constantes, esto se asocia con problemas emocionales y de conducta a lo largo de la vida” (Hidalgo, 2000).
Así pues, podemos incluso rastrear en nuestra vida adulta la marca de los desafectos en la infancia, de una manera casi irrevocable. Y quizás podemos entendernos así nosotros mismos y a nuestros congéneres. Más allá de eso, sabemos que el desarrollo de sociedades enteras se define por la calidad de su desarrollo infantil, puesto que el cerebro de los niños termina de desarrollarse en los primeros 3 años de vida. De ahí que estudiosos afirman que muchas de las desigualdades sociales tienen su germen en inadecuados sistemas relacionales y de estimulación desde la infancia.
Asimismo, que las brechas de habilidades se desarrollan temprano, antes de iniciar la escuela, y que estas son claves para la inserción social y económica de las personas. Además, se plantea que los “retornos” son mayores cuando la inversión se hace a edades más tempranas. En pocas palabras, invertir en desarrollo infantil es una de las claves para tener mejores sociedades.
Por todo este contexto vital, se ha declarado recientemente la política pública de desarrollo infantil como prioritaria. Se está realizando un esfuerzo significativo para cambiar desde una visión asistencialista y paternalista hacia un enfoque de derechos según el cual nuestros niños y niñas más pequeñitos pueden acceder a un conjunto de servicios integrados de cuidado, alimentación, protección, estimulación y recreación, de forma gratuita.
Evidentemente el Estado provee estos servicios a la población en situación de pobreza, aunque está recuperando su rectoría sobre el sector privado que brinda estos servicios. Son cientos de miles de niños quienes deben tener esta cobertura. El desafío es que estas políticas públicas puedan llegar a toda la niñez en condición de pobreza. Pero este es un proceso que se lo está trabajando bajo la premisa, precisamente, de que “hablar de niñez no es hablar de pequeñeces”.

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