lunes, 3 de agosto de 2015

Edgar Rodas y la medicina social

El hablar pausado y cálido, el porte y rostro perfilado y el profundo sentido humano de Edgar Rodas ya no están con nosotros. No podemos consolarnos con los lugares comunes de que dejó un gran legado. Lo sabemos, no obstante él en sí mismo es irremplazable.
Mencionar la gran formación y los cargos de responsabilidad que ocupó Edgar Rodas es necesario, no obstante, eso no lo define. Decir que fue un cirujano de origen cuencano de alta especialidad, que hizo varias contribuciones académicas y científicas, fue decano de la Escuela de Medicina y vicerrector de la Universidad de Cuenca, decano de la Universidad del Azuay, ministro de Salud, presidente de la fundación Cinterandes. Nada de esto define en sí mismo a Edgar Rodas. Sí lo define decir que él, junto a una generación de colegas, fue el impulsor de lo que se podría denominar “medicina social”, la preocupación por llevar salud y calidad de vida a los sectores más apartados. Esta generación de médicos ha sido muy generosa con nuestro país al hacer un trabajo permanente y sistemático con los sectores más vulnerables, no como una dádiva o como un tiempo extra, sino como su pasión fundamental y como muestra de una medicina solidaria y democratizadora. Edgar, junto a una generación de profesionales de la salud en nuestro país, se apartó del enfoque comercial de la medicina, e hizo de la entrega social-profesional su vida.
Hoy debemos preguntarnos qué ha ocurrido que los médicos y profesionales de tantas ramas nos encontramos enfocados en el desarrollo profesional individual, en la monetización de nuestros saberes, en el frío cálculo de nuestras ganancias y acomodos. Esa otra generación de médicos y profesionales nos dio una gran lección de vida al poner su pasión en lo verdaderamente importante, lo social.
Edgar Rodas fue el creador del primer quirófano móvil en este país y quizás en Latinoamérica. Decidió no patentar su innovación para que nuevas generaciones tomen su contribución y la perfeccionen. Allí practicó miles de intervenciones quirúrgicas con un equipo de médicos y enfermeras de enorme vocación y alta preparación, recorrió durante 2 décadas todo el país, poniendo énfasis en la atención de grupos vulnerables: indígenas, trabajadores, campesinos de la Sierra, Costa y Amazonía, niños, mujeres, ancianos. La medicina de calidad y calidez a domicilio de los pueblos, evitando el trauma psicológico y financiero de los pacientes que deben ingresar a los hospitales y clínicas del país. Poco antes de su muerte, tras una lucha dolorosa con ella, recibió una distinción sin precedentes del Colegio Americano de Cirujanos.
Edgar se ha ido, pero reposan sus cenizas en el hermoso jardín de su casa en Ucubamba, donde vivió junto a su gran compañera Dolores. Allí decidió quedarse, junto a ella y a orillas de su río tutelar, donde juntan sus aguas el Tomebamba, el Yanuncay, el Tarqui y el Machángara, y se hacen uno solo, aguas incesantes que del goce en mirarle tantas veces, nos inducen a repensar su convicción de cambio que la sociedad merece, quizá reviviendo el río de Heráclito y su “todo fluye”.

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