La
proximidad de las elecciones ha desatado el debate acerca de con quienes sería
pertinente y viable establecer alianzas y con quienes no. Para establecer
alianzas políticas concurren varios criterios que complejizan la decisión.
Seguramente un politólogo que aplique la teoría de juegos podría encontrar una
innumerable cantidad de alternativas. De cualquier forma, un análisis que mira
la política como una disputa por obtener y conservar el poder, va a considerar
la eficacia de tales tácticas. Esta eficacia no puede constituirse en el único
criterio, se trata por cierto de compartir cosmovisiones, valores e ideas programáticas
acerca de la realidad social y política sobre la que se pretende actuar.
Una
izquierda expresada en un ala de Pachakutik propugna la idea de que es
necesaria y urgente una alianza amplia, aún con sectores que tradicionalmente
han militado en la derecha política. Mientras que otra ala, desde la propia
CONAIE, expresa su inconformidad con esta propuesta y está pugnando por una
alianza entre fuerzas de izquierda y progresistas. Estas posturas parecen
extenderse a buena parte de la sociedad ecuatoriana, lo advertimos en los
artículos de opinión, en las redes, en las conversaciones cotidianas.
El
argumento de la primera propuesta parece ser que el correísmo, como fenómeno
político, ha arrasado con toda la institucionalidad democrática y la posibilidad
misma de un proyecto común de estado nación. Esta lectura, a pesar de todos los
epítetos con los que podamos calificar al correísmo, me parece exagerada. Decir
que por el desastre en que se encuentra la “institucionalidad democrática”
cabe una alianza con la derecha supone
decir que el correísmo como proceso político ha borrado las fronteras entre la
izquierda y la derecha, consabida tesis que ha tratado de ser implantada en
otros lugares, proclamando el fin de las ideologías y una verdadera postpolítica.
Si ya no
existen derechas e izquierdas, la cosa se facilita y se trata únicamente de
gestionar la política. No comparto esta visión, los problemas sociales,
económicos, culturales son tan álgidos en nuestras sociedades que es
imprescindible tomar partido y saber que sus soluciones dependen de afectar un
sistema entero de desigualdad, del cual una parte sale beneficiada en
detrimento de la otra. Por ello, la ingenua colaboración o alianza con los
beneficiarios de muchos de los problemas que nos afectan, no solo representa el
fin de la teoría de la lucha de clases cuyas limitaciones ya saltaron hace
décadas, sino más que eso, supone el fin de la política y de su conflictividad
inherente.
Debemos
reconocer que el correísmo ha terminado acercando a la derecha y a la
izquierda. El carácter autoritario y centralista de este proceso lleva a que
frecuentemente se coincida en algunos temas en contra del correísmo y su figura
protagónica. Sin embargo, no nos engañemos, de ambos bandos lo hacemos por
razones distintas. Mientras los de izquierda queremos jalar más hacia ese lado,
los del otro bando quieren tirar justo al lado contrario.
Si para
derrotar al correísmo la izquierda se alía con cualquiera, corre el riesgo de
no haber aprendido nada de la lección que ha significado el apoyo al propio
Correa. Entonces, muchos pragmáticos del poder se preguntarán ¿para qué va la
izquierda a las elecciones? ¿qué va a disputar la izquierda? Es indudable que
el correísmo ha asestado un golpe, no tanto al neoliberalismo como ellos lo
pregonan a los cuatro vientos, lo ha asestado a la izquierda y sus ideales,
porque ahora la derecha empieza a cosechar de un sentido común anticorreísta y
derechista instalado en la opinión pública.
No
obstante, aupar a la derecha al poder solo significaría empezar a ser cómplices
de su agenda de entronización del mercado, de arrinconar al Estado -cierto que
en el correísmo se ha convertido en el locus de la supuesta transformación
social desde arriba, en detrimento de la propia sociedad- Pero la derecha no
querrá reemplazarlo con una sociedad participativa y con autodeterminación, que
es lo que demanda la auténtica izquierda, sino que querrá reemplazarlo con la
lógica del mercado.
El
escenario ciertamente no es transparente, las opciones son complejas y
peligrosas, pero así se juega a la política, aceptando el riesgo y el reto.
Reconozco el riesgo que varios actores de la izquierda han tomado al lanzarse
por una vía poco ortodoxa, la alianza con la derecha; reconozco que
electoralmente les puede ir mejor, pero podemos prefigurar el momento posterior
a las elecciones ¿qué haremos juntos? ¿un gobierno de transición para “recuperar”
la democracia? El problema no solo es de índole semántica sino semiótica,
cuando entre derecha e izquierda hablamos de democracia, ¿de qué democracia
hablamos? En adelante, entonces, solo cabe que se presenten todos los
desencuentros posibles, y nuevamente la historia de ruptura, frustración y
marginación que acabamos de experimentar se repetirá.